Titulares

El que desconoce sus triunfos pudiera estar cerca de su derrota.

 


Por: Xavier Carrasco

La historia reciente de la política nacional nos deja una lección contundente, los triunfos no garantizan permanencia, y el olvido de los principios puede llevar a la caída más estrepitosa.

El Partido de la Liberación Dominicana (PLD), que durante 16 años dirigió de forma ininterrumpida los destinos del país, terminó atrapado en la lógica perversa del caudillismo, del protagonismo desmedido y de la desconexión con sus propias bases.

El éxito inicial del PLD estuvo anclado en la unidad de sus líderes, en una fuerte cohesión interna y, sobre todo, en el respeto hacia las estructuras que lo sostenían desde abajo. Pero cuando las ambiciones personales comenzaron a pesar más que el proyecto colectivo, se rompió el equilibrio.

Los dirigentes dejaron de escucharse entre sí, y la militancia fue sustituida por la conveniencia.

Ese vacío fue aprovechado por el Partido Revolucionario Moderno (PRM), una fuerza joven nacida de las entrañas del histórico Partido Revolucionario Dominicano (PRD), que a pesar de haber sido el partido más antiguo del sistema político y de tener un fuerte vínculo con las masas populares, dirigió el país por menos tiempo.

¿Por qué? Porque en el PRD también se vivió la lucha intestina de liderazgos que no supieron ceder, que creyeron que todos podían ser jefes al mismo tiempo. La historia se repite cuando no se aprende de ella.

Hoy, el PRM se encuentra en una posición clave, ha acumulado triunfos importantes, ha construido gobernabilidad y ha consolidado una estructura política sólida.

Pero el peligro acecha si olvida por qué llegó hasta aquí. La desunión, la imposición de liderazgos sin consenso, y el irrespeto a las voces que construyen desde abajo podrían abrirle el camino a su propia caída.

Con el proceso electoral del 2028 ya en el horizonte, es momento de reflexión para los principales dirigentes del PRM que aspiran a la presidencia.

Que no pierdan de vista lo esencial, sin unidad no hay victoria duradera, sin cohesión no hay gobernabilidad posible, y sin respeto a las bases no hay partido que sobreviva en el tiempo.

La historia no perdona a quienes olvidan sus raíces. El PRM aún está a tiempo de decidir si quiere ser una anécdota de poder o una fuerza política con legado.


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